Me gustaba acabar las cosas con la misma energía con la que las había empezado. Se podría decir que me era imposible dejar nada a medias. Ponerle el punto final a algo significaba haber conseguido el objetivo, haber llegado a la meta y poder decir que un ciclo más estaba cerrado.
Me gustaba el mágico instante de terminar: terminar un partido sabiendo que, pese al resultado, había dado el máximo de mis posibilidades. Terminar las vacaciones y recordar los buenos momentos, las anécdotas y todo lo sucedido. Terminar de recoger la casa y poder salir a dar una vuelta sin más obligación que volver a comer a las dos. El instante de terminar lo que fuera era mi momento preferido del día. Por eso, cuando me dijiste que lo nuestro había terminado no pude más que esbozar una sonrisa. Mi equivocación, sin embargo, no tardó en hacerse latente.
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Hay cosas que no deberían terminar...
ResponderEliminarBesos.
Yo misma podría haber escrito esto: me encanta la sensación de terminar los trabajos, al verlos acabados sólo se puede esbozar una sonrisa. Pero la última parte del texto no es para sonreir, aunque he deadmitir q yo tb sonreí...
ResponderEliminarqué mal rollo... buen final a pesar de todo
ResponderEliminarun abrazo, berenjeno
Es inteligente dar la vuelta cuando es obvia la realidad. A mi también me gustaba acabar los trabajos comenzados, ahora pienso que es inútil acabar lo que no debería hacer comenzado.
ResponderEliminarMuy buena entrada.
Un beso.
Creo que la sensacion que se siente cuando algo termiana es relativo, aveces nos apena, y otras veces nos alegra.
ResponderEliminarsaludos.
Terminar que gran palabra, hay cosas que lo único que pueden hacer es eso terminar olvidando mejor como empezaron.
ResponderEliminarBesos.