La carta más alta

por Berenjeno, el amable

¿Para qué mantener el bar abierto? Solo había entrado una pareja de clientes en toda la noche y no parecía que la racha fuera a cambiar. Cogí la escoba y me dispuse a barrer la escalera de color que sube hasta los baños. Un solitario par de cartas permanecían abandonadas a su suerte en el tercer escalón. Eran dos sotas: la de bastos y la de espadas. Todo un presagio.

En ese momento entraron por la puerta las cuarenta chicas más desfasadas que te puedas imaginar. Para mi desgracia, la mayoría de ellas barajaron la posibilidad de tomar la última copa o no y al final decidieron plantarse y no beber ni una gota más: se fueron marchando en parejas, en tríos e incluso en dobles parejas.  Sin embargo, dos de ellas juntaron los últimos euros que les quedaban y se gastaron veinte en copas, les devolví siete y medio y me quede mirándolas fijamente: la viva imagen de las sotas que había encontrado minutos atrás. Vi como me lanzaban señas inconfundibles con sus ojos de diamante que me hicieron sentir el Rey de Corazones por una noche, así que jugué mi última baza y las invité a subir a casa. Una decisión arriesgada: tras el órdago que me echaron sobre la mesa del salón descubrí que, aquella noche, ni la grande ni la chica iban de farol.

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